Cada vez que subo las escaleras para llegar a la biblioteca, trato, en vano, de confirmar que haya sido creada bajo la inspiración de una vaca pastando. Ojo, no lo dije yo. En un curso de historia del arte que hice con una señora Húngara bien conocida en la facultad de diseño, ella lo dijo con sus propias palabras. Da igual. La búsqueda de formas que me hagan insight y me confirmen que es una vaca pastando se va al carajo en el momento en que la guardia de la biblioteca me saluda por mi nombre. Me preocupo. Pero después pienso que sí hay beneficios de seguir viniendo, más allá de la depresión que me genera tener un vínculo personal con esta clase de señora vestida de azul, seguridad privada que persigue como inspector gallet a mis compañeros de estudio cuando cabecean sobre las hojas, deslizan sus piececitos fuera de las zapatillas zapatos chancletas o susurran el más jugoso de los chismes.
Lo peor de todo es que este panóptico de pacotilla funciona a la perfección, al menos para mí. Por algunos momentos me concentro y logro más cosas que en cualquier otro lado. Pero en otros momentos pasan cosas como gente que decide reunirse un domingo a la tarde a tocar tamborcitos de todos los tamaños en las afueras de la biblioteca, perros que dialogan de edificio a edificio o como ocurre de vez en cuando, una familia del opus dei decide visitar los salones de la biblioteca con sus 14 hijos, entre ellos varios bebés, serán mellizos, gemelos no lo sé, tampoco sé cómo hace esa pobre madre para sostener la idea ferviente de que sí quiere seguir trayendo niños al mundo, de que este es un mundo bueno, bello, grato para más y más nuevas criaturas. Basta. Tengo 45 páginas de un tal Alí para terminar que nada tiene que ver con Alí baba o con Jaffar y el diamante en bruto.
1 comentario:
Me gustaría ir a ese lugar que llamas biblioteca... pero tengo miedo. Soy novato. Sé que los libros no muerden y que el saber no ocupa lugar. Pero en el fondo, en el fondo, bien en el fondo, bueno, pará tampoco tanto, sé que es mejor no saber que saber o creerse equivocado.
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