Las gotitas de sudor, iban bajando de a una, despacito, suaves por su espalda. De un manotaso se secó la frente, sabiendo muy bien que eso no era lo que la incomodaba. Se dejó caer en el piso, se tomó las rodillas y cerró los ojos. No entendía por qué le latía tan fuerte el corazón. No era la primera vez que decidía terminar así una relación. El dicho bien decía la cuerda se corta siempre del lado más débil, y ella sólo trataba de cortar esa cuerda. No era tan terrible.
Sus manos se posaron sobre el cuello de èl. No pudo controlarlas ; ya no escuchaba los gritos de Ernesto pidiéndole por favor no, ni a Oscarsito llorando en el otro cuarto, ni siquiera notaba la interferencia de la radio que tanto solía irritarla. De pronto, su sudor, se tiñó de rojo. También su ropa, sus manos y el torso de Ernesto, que unos segundos después dejó de respirar.
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