Años después su madre decidió enviarla a un monasterio en la estepa. En la pequeña torre, sólo cabían dos personas: El cura y ella. Las escaleras diminutas y las enanas habitaciones los obligaban a caminar encorvados.
María Raquel de Los Ángeles se enamoró perdidamente del Cura Héctor . Pero él, a sabiendas de los mandamientos, no tardó en ignorarla y durante años no cruzaron más que cordiales saludos. María Raquel estaba desvastada y le suplicó al Cura Héctor que al menos le diera una oportunidad, que vivieran una vida común y corriente, que lo intentaran.
- Cura Héctor, os lo suplico... acaso nunca has soñado con una vida normal? Fuera de este monasterio?
- Hermana María Raquel.. no has entendido nada todos estos años. ¿Qué has estado leyendo? ¿Has traído pecaminosas revistas pornográficas a la casa del señor?
- Me insultas Cura Héctor, me insultas..
- Es lo único que pareces haber leído. Tus ojos gritan sexo sexo sexo
- Pues si tanto te inquietan mis ojos, me los arranco.
- Arráncatelos pues. - se los arranca. Sangra.
- ¿Y ahora? ¿Y ahora qué Cura Héctor?
- Ahora que estás ciega, podrás leer las biblias en braile que encargué el año pasado a Zimbawe.
- Pero no sé leer en braile... - con los ojos en las manos
- Aprenderás Hermana, aprenderás.
1 comentario:
Este cuento es SUBLIME.
Que bueno que esta por dios.
Los curas son asi, todos una manga de hijos de puta.
Franco de montreuil.
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