Han pasado horas desde que se sentó en ese sillón. Espera y desespera. Aguarda su llamado, impaciente. Se pregunta cuánto tiempo más podrá aguantar y piensa en la última vez que lo vio. Caminaban por las calles del microcentro, besándose en silencio. Sus pensamientos se desvian por un momento en el informe que debe entregar para el viernes. Se levanta, suspira y sonríe con tristeza. Se dirige hacia su bolso, colgado en un perchero. Lo abre, con cierta esperanza de encontrar algo que la sorprenda, nada. Sus libros, su agenda , su billetera.Se prepara un café, que en realidad ya estaba preparado, sólo lo recalienta, y se sienta en el sillón otra vez. Convencida de que ya no le importa, intenta leer unas páginas de la novela que compró ayer. Llegado el cuarto párrafo, cae en la cuenta de que ha estado pensando sólo en él, pasando por encima de las palabras sin leerlas. Oraciones y oraciones que no ha comprendido, porque sólo puede pensar en ese llamado, que no llega. Pero ella no va a llamarlo.
Enciende la televisión para despejar la mente. No encuentra más que una aburrida película francesa. Pasados los quince minutos Matilde se ha quedado dormida.
Hora y media después, despierta.
Suena el teléfono y se sobresalta. Estaba soñando que era un Eduardo distinto, con más barba y más gordinflón. Pero eso no lo recordará en ese preciso momento, sólo recién cuando se levante por la mañana para ir a la oficina y se entere de la noticia. Por ahora sólo enciende la luz desde la cama. Sin abrir los ojos, tantea el teléfono, Hola?
Moraleja: yo dibujo puentes para que me encuentres,
un puente de cera, con mis acuarelas,
un puente colgante con tiza brillante,
hago cien, diez , uno, no cruzas ninguno!
No hay comentarios:
Publicar un comentario