Se levanta. Ya le pesa respirar y todavía no empezó. En realidad no se levanta, se despierta. Mira el reloj varias veces: maldito aparato moderno, ¿para qué? se pregunta. Mueve los brazos por debajo de la almohada y estira el abdomen. En realidad no es un abdomen, es una gran, voluptuosa y magínifca panza. Apreta la cabeza contra la almohada y se le forma una gran papada. Siente la incomodidad del sobrepeso hasta en el más mínimo de los movimientos faciales. Se sube un gato a su cama y lo patea mientras dice para sí, gato de mierda.
Después de hacer pis vuelve a la cama. Se zambulle como si fuera una ballena encayada y no se mueve. Hace meses que siempre hace lo mismo: llega tarde a todos lados.
La cocina es un asco. Ha decidido no limpiarla, y acumula bolsas plásticas y sachetes al costado del lavarropas. Se saca la bombacha de su trasero y mientras abre la heladera dice: para qué compré ese lavarropas, dios santo.
En la heladera hay varios potes de dulce de Leche San Ignacio, un paquete de pan de salvado y dos huevos.
Se sienta con el pan y el dulce de leche en una silla de madera que está a punto de explotar. Agarra su cámara y miralas fotos que tomó el día anterior: cuerpos esbeltos, caras sonrientes, caras famosas, vestidos de lujo, hombres apuestos abrazan mujeres más apuestas. Se rasca uno de los varios rollos de su abdomen y sigue pasando las fotos. Por algun extraño motivo, no se cansa de ser fotógrafa del espectáculo. Corre con el pie a uno de los gatos y se va al cuarto a vestirse. Hace días que usa el mismo pantalón, pero no le molesta.
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