sábado, 15 de septiembre de 2007

Hacerse cargo de la luz

Todo el tiempo estoy obligada a hacer cosas que me generan altas cargas de displacer, y no me acostumbro a la idea de estar acostumbrada. Tener que mantener un diálogo con esa vecina en el ascensor que es como un chicle que se te impregna y no hay manera de extirparla, saludar al portero y hacerle algún comentario "original" para no tener que sentir la angustia de que el tipo va a seguir estando ahí cuando vuelva, hacer colas inmensas con calor y cansancio en bancos para que después el tipito me diga: ah no, está cruzado, este cheque sólo se deposita, y así. Infinitas y remotas versiones de la postergación del bienestar, circulación constante en elipses que no llegan a ningún lado.
Con todo lo que se impone bajo el falso título de necesario, considero completa la cuota de ítems displacenteros. Le hago un elegante y estilizado fuck-you a todos los entes que liberan energías oscuras y tóxicas y con alivio y serenidad continuo caminando sólo por aquellos lugares que me hagan bien. Parece una conclusión de autoayuda, puede ser. Pero que es real, es real.

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