
Estábamos en una especie de hotel, en un pueblito en medio de la llanura seca del sur de Bolivia. Este pueblito estaba compuesto por no más de 20 casas, y en la calle principal se elevaban unos extraños árboles de cemento. A decir verdad el hecho de explorar el pueblete a la 1 de la mañana no sé porqué me recordaba a mi padre y a la lista de advertencias que había recibido días antes de viajar.
La cosa es que estando en esa especie de hotel, a Darío se le ocurrió utilizar una Bata amarilla que encontró llamativamente disponible junto a la ducha.
Está de más aclarar que cuando llegó a la especie de habitación que teníamos, con sus extrañas camas correspondientes, todos explotamos en una gran carcajada cuando él, confundido, dijo:

¿Qué me miras así? ¿No es tuya?
Seguimos viaje y la imagen de Darío frotándose con la bata ajena nos proveía grandes momentos.
Lamentablemente, uno cuando se siente cómodo en una ciudad desconocida, tiene la fantasía de que nada puede pasar, y polula ingenuamente por los distintos distritos comerciales. Junto a la Tía, recorríamos una atractiva callecita llena de puestuchos, cuando descubrimos un manequee con bata, el cual nos remitía a la ya comentada anécdota. Qué divertido entonces, sacarle una foto a la tía posando con aquel ropaje. Ingenuas. Detrás, casi a una cuadra, en la esquina, un malechor maleante con su campera de cuero negra que aún recuerdo, aguardaba para atacarnos y arrebatarme mi más preciado elemento tecnológico.
Tía. Tu me protegiste. Tú fuiste quien empujó a una de las cómplices del pirata al grito de EH QUÉ HACÉ cuando al hacerme creer que una paloma me había cagado, intentaba abrir mi mochila.
2 comentarios:
Muy gracioso, me dan ganas de tener yo también la imagen de Darío frotándose con la bata ajena.
Y un aplauso para La Tía.
ayyy robertaaa
si lo vieras a darío en bataaa
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