Estaba con otra persona en algún lugar húmedo, con caminos de tierra. De golpe, de nuestras carteras, sacaron dos grandes ladrillos de marihuana y todo se vino abajo. Nos llevaron a una especie de patio con una mesa. Allí apareció un cana, un sub oficial bastante joven, morocho, pero no estaba vestido de policía sino de gendarme, estaba de marrón caqui.
El gendarme iba y venía y mientras hacía trámites burocráticos de su profesión, me dijo: Esto, mínimo, dos años. ¿Pero qué pasó? Yo le dije la verdad, que lo había comprado para mi novio y que era un regalo. Ahora que lo repito, veo lo poco creíble de mi verdad.
En algún momento que no puedo precisar con exactitud, el gendarme morocho decide abrazarme. Nos abrazamos fuerte. Yo lloraba desde hace rato. Pronto sentí su abultado sector genital presionanándome, pero no dije nada. Seguí abrazándolo, y caminamos así, abrazados, hasta un cuarto en una especie de conventillo con esas puertas de tiritas plásticas de verdulería. Ahí me dejó, como si me estuviera ayudando, escondiéndome.
Después empezó a llover torrencialmente, y encontré una terraza desde donde podía meterme en un petit hotel. Me detengo a leer el cartel de la puerta antes de violar la porpiedad privada. Decía: cuidado gato muerde. Pensé: ¿cuán terrible puede ser un gato que muerda?
En el petit hotel estaba mi hermana, tirada en un sillón, haciendo migas. La reté, y seguí camino. Seguía lloviendo y el techo y la ventana de mi auto estaban abiertos. La gente se reía. Llegué a una mesa donde dejé un omelette en un taper. Veo cuatro personas que lo chusmean, algunos dicen no gracias y un señor en inglés me dice: Thank you, this is a barbacue. Como yo estaba de paso, le hice el siguiente chiste: An anonimous barbacue! Y seguí camino.
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