sábado, 25 de agosto de 2007

Piernitas

Me iba a tomar el 152. Habíamos quedado en merendar en la casa de Ezequiel pero al final di un giro de 105º a la izquierda y en menos de 1 minuto decidimos juntarnos en lo de la Tía. Las puertas del 152 se abrieron torpemente y cuando me disponía a subir, me ví enfrentada a una señora ciega que llevaba puesta una campera amarillo patito. De brazos abiertos, bajó casi sobre mí y me dijo: Tengo que tomarme un taxi.
La tía siempre dice que yo camino muy rápido. Algunos pueden pensar que le da esa impresión por sus cortas patas. Pero no es sólo eso. Claramente tengo un ritmo veloz a la hora de caminar. Lo reconozco. De manera automática, aunque sea media cuadra, casi que corro.
Así que ahí estaba yo, un poco nerviosa con la señora que tardó en acomodarse en mi brazo, dudamos, la izquierda, por arriba, cruzada, ¿Y el bastón?. Todo musicalizado por los frenos de aire de los colectivos que en Avenida Santa Fé suelen dar conciertos sin precedentes. Me dí cuenta tarde. La pobre señora, que había caído entre mis brazos y que creyó que yo la cuidaría en la salvaje avenida, era víctima de mi ritmo acelerado y casi que corría, a ciegas, del brazo de una desaforada que la hacía esquivar personas, mascotas, paradas de colectivos y baldozas desajustadas. Cuando la subí al taxi, casi que la ví temblar y pensé: Debe pensar de mí, lo peor. Por suerte cerré la puerta y no dejé ninguna de sus extremidades enganchadas, bueno, hice todo tan apurada que eso creo, no sé, no estoy segura.

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