domingo, 5 de agosto de 2007

Un Cura

María Raquel De Los Ángeles nació en una familia carenciada de un pueblo sin importancia. Desde pequeña, su madre la involucró en las encíclicas papales, colección de 12 tomos que guardaba con sumo cuidado en su mesita de luz. Una vez por semana María Raquel los repasaba con una franela y un poco de limpiavidrio: debían quedar impecables.
Años después su madre decidió enviarla a un monasterio en la estepa. En la pequeña torre, sólo cabían dos personas: El cura y ella. Las escaleras diminutas y las enanas habitaciones los obligaban a caminar encorvados.
María Raquel de Los Ángeles se enamoró perdidamente del Cura Héctor . Pero él, a sabiendas de los mandamientos, no tardó en ignorarla y durante años no cruzaron más que cordiales saludos. María Raquel estaba desvastada y le suplicó al Cura Héctor que al menos le diera una oportunidad, que vivieran una vida común y corriente, que lo intentaran.
- Cura Héctor, os lo suplico... acaso nunca has soñado con una vida normal? Fuera de este monasterio?
- Hermana María Raquel.. no has entendido nada todos estos años. ¿Qué has estado leyendo? ¿Has traído pecaminosas revistas pornográficas a la casa del señor?
- Me insultas Cura Héctor, me insultas..
- Es lo único que pareces haber leído. Tus ojos gritan sexo sexo sexo
- Pues si tanto te inquietan mis ojos, me los arranco.
- Arráncatelos pues. - se los arranca. Sangra.
- ¿Y ahora? ¿Y ahora qué Cura Héctor?
- Ahora que estás ciega, podrás leer las biblias en braile que encargué el año pasado a Zimbawe.
- Pero no sé leer en braile... - con los ojos en las manos
- Aprenderás Hermana, aprenderás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este cuento es SUBLIME.
Que bueno que esta por dios.
Los curas son asi, todos una manga de hijos de puta.

Franco de montreuil.